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domingo, 27 de junio de 2010

Responsabilidad o corresponsabilidad


Se acercaba la noche de San Juan. Nadie podía perderse la fiesta de la verbena, pero por desgracia no fue así. Doce fallecidos y catorce heridos fueron el resultado de otra imprudencia: cruzar por las vías del tren.

Después de bajar del vagón en el que se encontraban y para evitar un atasco en el túnel subterráneo, cerca de treinta personas decidieron ganar unos minutos. Sin embargo, poco podían pensar que para unos esa acción supondría el final de sus días y, para otros, que perderían algo más que unos minutos, al tener que estar hospitalizados varios días.

¿Fruto del infortunio? ¿Quién es el responsable? ¿Sólo las personas que cruzaron, el hecho de que no hubiera una correcta iluminación en las vías –como apuntan días después-, al hecho de que la salida superior estuviera cerrada, o a que estamos viviendo en una sociedad en la que nos atrevemos a sacrificar inconscientemente la vida por ganar unos segundos de la misma?

Desde la irrupción de las industrias en nuestro país, las ciudades se han visto extremamente repobladas, en detrimento de los pueblos que, cada vez más, se encuentran con menos habitantes y abocados, si nada lo remedia, a la desaparición. Macropoblaciones como Madrid, Barcelona, Sevilla o Valencia son las que imperan. Además, alrededor de las mismas existen también núcleos urbanos que aunque no tienen una población de la medida de las primeras, hacen que la población flotante de éstas sea netamente superior.

Día tras día, las entradas y salidas de Barcelona, Madrid o Valencia, principalmente, se encuentran saturadas, sobre todo en los días de fiesta. Esto no sólo comporta una pérdida de tiempo y de dinero por parte del trabajador que tiene que desplazarse para llegar a su trabajo, sino también la frustración al ver como pierde parte de su vida en una situación que no le reporta nada –el desplazamiento-, y que, a posteriori, pretende recuperar de otra manera.

Bien apuntaban, a principios del siglo pasado, filósofos como Marcuse o Freud que el hombre se encontraba alienado, cosa que se notaba en cómo quería aprovechar el tiempo que le quedaba después de haber trabajado. Evidentemente, las condiciones laborales han variado mucho a lo largo del siglo XX, muchos han sido los avances que se han producido que han permitido una mejora de vida al trabajador. Ahora bien, el camino a recorrer es aún largo y costoso.

En Francia, sin ir más lejos, la jornada laboral es de 35 horas; en España, de 40. En nuestro país vecino, la edad de jubilación era de los 60 años y, por motivos económicos, pasará a los 62; nosotros, sin embargo, estamos en los 65 y, probablemente, en poco tiempo, pasará a los 70.

Calculemos, pues, cómo puede ser la jornada de un trabajador que tiene que desplazarse fuera de la localidad en la que reside para poder trabajar. Esto se traduce en los números siguientes: 8 horas de trabajo, una media de 2 horas de desplazamiento, entre ida y vuelta, ½ hora para ducharse y arreglarse para ir al trabajo, si tiene jornada partida, otra hora, como mínimo, para comer. Sólo contando el tiempo que está fuera de casa ya suman casi 12 horas, la mitad de lo que dura el día. Si a esto le sumamos el tiempo obligado de descanso, entre 6 y 8 horas diarias, llegamos al número de 18 / 20 horas, por lo que sólo nos quedan entre 4 y 6 horas, a lo sumo, para nosotros. Sin embargo, al llegar a casa sobre las 7 de la tarde, sobre todo en invierno cuando el ambiente en las calles no es comparable al existente en verano, las ganas de salir al exterior y gozar el día son prácticamente nulas. Por tanto, la opción que más se lleva a cabo es quedarse encerrado en las cuatro paredes de casa –que, por cierto, ni siquiera es nuestra pues aún no hemos acabado de pagar-, sentarnos en el sofá –que tampoco es nuestro-, y ver las mamarrachadas que dan en los cada vez más pervertidos canales de televisión. Además, estas televisiones fomentan que la sociedad no evolucione hacia una mejora de la misma, sino que favorecen un sistema represivo que conduce a la sociedad a que no pueda escapar de la espiral en la que se encuentra inmersa: “trabajo, desplazamiento y dormir”.

Por su parte, los partidos políticos, todos, tienen escaso interés en que la situación dé un vuelco. En una situación de crisis en las que ningún partido político ha puesto como medida no bajarse el sueldo, sino no cobrar hasta que se solucione la crisis en la que nos han imbuido.

Pero la solución es alejarnos del estrés en las que la metrópolis nos ha condenado, cosa difícil cuando el reto de las grandes ciudades es el de tener cada vez más y más habitantes, cosa que significa, a su vez, cobrar cada vez más y más impuestos, es decir, dinero. Para luchar contra todo esto, hay que repoblar los pueblos. Sin embargo, en éstos, o se crea industria, o se fomenta, de nuevo, la ganadería y la agricultura de manera que dejen de ser deficitarias.

El ritmo vital que llevamos no es positivo para nadie. No es posible que pasemos los años, los días sin disfrutarlos y todos nosotros somos tanto responsables como corresponsables de ello. Si no tomamos medidas pronto, nuestros hijos, cada vez más, vivirán en una sociedad en la que la inmediatez sea la única premisa a tener en cuenta y por la que olvidarán que la vida –y vivirla bien-, es lo realmente fundamental.


    
27 de junio de 2010

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