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sábado, 17 de abril de 2010

Vencer la tentación

Aunque muchos piensen lo contrario, el espíritu del mal campea por el mundo. Su nombre es Satán; su objetivo, que nos apartemos del camino de Dios y que nos alejemos del objetivo de Éste: que lleguemos a ser verdaderas personas humanas alejadas de todo yugo de esclavitud.

El “primer mundo”, desde que nacemos, nos acostumbramos mal a tener todo aquello que queremos. Por otra parte, no son pocos los nuevos inventos que aparecen en el mercado que nos hacen desprendernos de lo que tecnológicamente ha quedado desfasado. Por tanto, lo malo no es desprendernos de aquello viejo que no funciona y que no se puede arreglar, sino desprendernos de algo o que nos puede seguir sirviendo o bien que con pequeños retoques puede seguir funcionando.

Evidentemente, este apartado material puede extrapolarse a las relaciones humanas en las que, por desgracia para el ser humano, cada vez son más inestables y se prima más la cantidad antes que la calidad. Páginas como Facebook favorecen un tipo de relaciones efímeras en las que, pese a conocer a muchas personas, no se mantiene contacto más que con unas pocas, si se llega, o bien con muchas pero de manera rápida, quedándose en lo superficial y sin que se lleguen a crear en las personas vínculos a partir de los cuales se llegue a realizar como tal.

En este sentido, el diablo es muy astuto. Como no quiere que nos acerquemos a Dios, no le interesa, de ningún modo, que nos lleguemos a desarrollar todo nuestro potencial como personas humanas, sino que nos quedemos en un estadio primitivo de comunicación, disfrazándolo de modernidad o de belleza, como bien sabe hacer. El llamado Príncipe de las Tinieblas es muy agudo y se mueve por odio al ser humano. Se adentra en el mismo a partir de pequeñas acciones que a veces son casi imperceptibles, pero que si se acaba accediendo a las mismas terminarán por minar la persona que cada vez será más débil y estará más sometida a los placeres de cualquier tipo.

El mal está en todas partes y cualquier ocasión es buena para que la maldad actúe. Por si fuera poco, el Maligno no se conforma en minar alguna parte de nosotros sino que esta parte es por la que empieza y, posteriormente, sigue deteriorando las otras hasta que consigue alejarnos de Dios y hundirnos.

Es importante recordar que el distanciamiento que se produce entre Dios y el ser humano no es debido al primero, sino al segundo que se aparta del Mismo y cae, aunque al principio no lo parezca, en una vorágine que le llevará a la perdición.

Por todo ello, es importante saber dominar a las tentaciones que, con frecuencia, nos pretenden invadir, saber decir no al diablillo malo que nos habla y que nos induce a llevar a cabo acciones que antes o después acabaremos aborreciendo. Y ello, conlleva un proceso de educación que tiene que ser latente, principalmente, desde los primeros años de la vida.

Pero la lucha contra el Diablo no puede hacerla una persona sola ya que con tal actuación se llegaría incluso a pecar de soberbia. Tampoco puede una persona creer que por haber superado una situación puntual ya ha derrotado al Mal ya que con tal pensamiento la persona se confía, se hace más débil y el Diablo y sus secuaces se aprovechan para que el pecado sea aún más fuerte.

Bien apuntaba el fundador del Opus Dei, J.M. Escrivá de Balaguer, en uno de los proverbios de su libro Camino que, en habiendo dándose cuenta uno del pecado y en habiendo confesado éste tras haberse arrepentido del mismo, lo mejor es no pensar nunca más en él. Primero porque ya ha sido perdonado y olvidado por Dios y, por tanto, nosotros tenemos que olvidarlo; segundo, porque si pensamos en el mismo, fácilmente volveremos a caer en tal o en otro peor.

En la lucha contra el Maligno no podemos ir solos. Jesucristo tiene que ser nuestro escudo, nuestro protector, nuestra fortaleza que ha de guiarnos hacia el camino del Bien. Para hacerlo, oración constante, permanente y la lectura asidua no sólo de la Palabra de Dios, la Biblia, sino también de vidas de Santos pueden ayudarnos mucho al camino de la santidad, de la comunión con Dios, al que todos somos llamados.

Finalmente, cabe destacar las lamentaciones por las circunstancias de cada uno no son, de ningún modo, una excusa para no hacer el bien ya que cada uno es bueno o no lo es en su vida concreta y no en aquélla que en la que dice que lo sería. Así pues, es menester que nos situemos ante el mundo de manera confiada en Dios, teniendo como bastón de apoyo a Jesús nuestro Redentor, en quien nos apoyaremos y quien nos ayudará a levantar en caso de que pequemos. AMÉN.

17 de abril de 2010

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