Un sentimiento parecido al del fin de las vacaciones es el de los domingos por la tarde, sobre todo cuando en días como hoy llovizna, se está en el mes de septiembre, oscurece más temprano y, por ende, mañana hay que volver a la rutina. No saber cómo pasar la tarde y disfrutarla es un hecho bastante común en muchos. Una tarde de siesta, una tarde de fútbol, una tarde de misa, una tarde de paseo, una tarde de cine... pero, en cualquier caso, cuando se anda solo por la ciudad, ante los imponentes edificios que nos rodean, el hombre contempla su pequeñez, su inexistencia.
De repente, las gotas del agua se juntan con aquéllas que caen de los ojos, un poco más saladas, eso sí. El recuerdo del agosto ya lejano y el miedo -o el pánico- al otoño y al duro invierno que están al caer intensifican este tipo de sentimiento. Uno piensa en cómo se ha escapado el pasado y cómo se acerca un futuro incierto que nos domina más que nosotros a él. Quedan todavía muchas semanas para que vuelva la alegría de la primavera, para que los días se vuelvan a alargar, para que la claridad del día se haga presente hasta casi las diez de la noche. Queda, pues, mucho recorrido por caminar, mucho que aprender.
Uno sigue pensando y piensa en si el año que viene a estas alturas todo y todos seguirán aquí, si seguirán del mismo modo. Y de nuevo, pensando eso y elucubrando el posible mal que nos puede llegar, un sentimiento de tristeza embarga de nuevo nuestros corazones y nuestras mentes, el miedo a la pérdida de un ser querido acentúa este dolor que no nos permite ver la belleza de la vida sino sólo la parte cruda de ésta.
Uno sigue pensando y piensa en si el año que viene a estas alturas todo y todos seguirán aquí, si seguirán del mismo modo. Y de nuevo, pensando eso y elucubrando el posible mal que nos puede llegar, un sentimiento de tristeza embarga de nuevo nuestros corazones y nuestras mentes, el miedo a la pérdida de un ser querido acentúa este dolor que no nos permite ver la belleza de la vida sino sólo la parte cruda de ésta.
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