Saliendo de misa, sobre las 20:45 de la tarde del primer día de este año, subía Rambla arriba para volver a casa. En medio de ésta, un hombre con un sombrero de copa portaba en alto una pancarta que ilustraba ¡¡¡Fatal año a todos los cabrones!!! y su correspondiente traducción al catalán en la parte trasera de tan ilustrativa cartulina. Al principio lo de cabrones no lo había leído y pensé que como ese tipo se encontrara a según quién le podrían partir la cara. Pero releí el texto y entendí el significado. Sin embargo, milésimas de segundo después me hicieron reflexionar en desear el mal a otro. Entiendo que los cabrones son prójimos pero que no actúan como tales; entiendo que los cabrones a los que hace referencia este hombre burlesco son políticos, banqueros o empresarios que sólo piensan en el beneficio económico a toda costa, o bien alguien que le haya hecho algo. Si partimos de las dos primeras categorías y deseamos de corazón que pasen un fatal año, tal premisa tiene una consecuencia inmediata y es que estos cabrones como una de sus premisas vitales es tener dinero a toda costa una de sus opciones será mantener su estatus también a toda costa y, por ello, serán capaces de seguir torturando a las clases media y baja para poder seguir como están.
En definitiva: ¿para qué desear el mal a alguien cuando lo que conviene es el bien propio y el de las personas que están como nosotros? En un país donde la corrupción lleva inscribiéndose durante muchos años en mayúsculas, donde según qué casos son juzgados con una celeridad espeluznante y otros son dejados en un cajón, en un país donde se permite el fraude fiscal a grandes empresas mientras se oprime al pequeño y mediano empresario, ¿qué podemos esperar más?
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