Decía hoy el capellán de mi parroquia, y también amigo, Alfred, en su comentario del pasaje del evangelio adelantado de mañana domingo, véase San Mateo 2,1-12, que en su día los Magos de Oriente supieron escoger muy bien los regalos para Jesús y su familia. En tal sentido, les regalaron oro, incienso y mirra, que parece ser que no hay que interpretar exclusivamente como la categoría de Rey, de Profeta y de Persona de Jesús, sino también como a un instrumento para que su éxodo fuera fructífero -recordemos que José y María tuvieron que huir hacia Egipto pues una orden de Herodes pretendía acabar con los menores de dos años-.
Parece ser que en aquella época en Egipto, como en tantos otros lugares, uno de los instrumentos de transacción económica era el oro; otro el incienso. Por su parte, la mirra, actuando de ungüento, tenía poderes curativos que bien podían haber valido para aquel largo viaje. En definitiva: los RRMM regalaron cosas útiles.
En nuestros días, en una sociedad llena de consumismo donde los que se lo pueden -o se lo han podido permitir-, tienen de todo, es difícil hacer un regalo adecuado. Se suele caer, por desgracia, en el regalar por regalar, sin tener en cuenta que al final tal regalo puede ser un bulto más de los tantos que se tienen en casa y puede quedar arrinconado en un rincón del armario. Ahora bien, el pragmatismo exacerbado, tampoco no es bien visto por algunos: ¡tengo una conocida a quien cuya suegra le regaló unos trapos de cocina!
Postulaba también hoy Mn. Alfred que hay que pensar en la persona, en qué necesita realmente, en qué le hace falta y, si no lo sabemos, no hay más que preguntarle. Sin embargo, en ocasiones la otra persona dice que no necesita nada; en otras, dejaríamos de lado el hecho de la sorpresa en sí misma, un plus en todo regalo. En cualquier caso, como conclusión, creo que es bueno regalar cosas que se tengan que usar: desde colonia, un lote de jamón e ibéricos, pasando por un espectáculo de teatro, un viaje -según las posibilidades-, o cualquier cosa en esta línea.
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