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sábado, 10 de abril de 2010

Crisis, jóvenes e Iglesia (3): Pastoral Juvenil


Con motivo de la segunda jornada del Curso de Actualidad pastoral ha habido dos ponencias a caro de Álvaro Chordi Miran, con los temas siguientes: 


Los textos que se reproducen a continuación han sido transcritos por mí a partir de las notas tomadas en dicha ponencia mediante técnicas de Interpretación.





La crisis que estamos viviendo se originó hace varios años y se puede afirmar que es una crisis parecida a la que se vivió en los años 30 del siglo XX y en la que las personas de a pie, principalmente las pertenecientes a las clases más desfavorecidas, tienen que pagar los platos rotos de los brókers.

Por otra parte, la crisis actual no es sólo económica, sino también ética, de valores y social que, evidentemente, también afecta la vida de los jóvenes, sobre todo debido a los problemas económicos que viven sus familiares, lo que origina un efecto de desánimo debido a un mayor endeudamiento debido a los créditos.

En otra dirección, la Iglesia también tiene problemas debido a la pluralidad que se encuentra en su seno, parte de ella debido a la inmigración, que ha producido una cambio en la visión de la religiosidad. Ahora bien, esta crisis es una magnífica oportunidad para la Iglesia, para que ésta haga descubrir en la persona lo que es accesorio y se dé lugar a un cambio de paradigma que conduzca a la persona al amor de la fe.

En los tiempos que corren de individualismo y en los que no se tiene en cuenta en demasía al otro, hay que recrear la fe. Sin embargo, surge la pregunta de cómo hacerlo. En primer lugar, desde dentro de la Iglesia, los cristianos tenemos que cambiar el chip ya que ni la metodología usada hace unos años es válida en nuestros días, ni la que usemos estos días valdrá para el futuro. En este ámbito, por desgracia, la Pastoral Juvenil se encuentra en hibernación en unos tiempos actuales recios y duros en los que la mayor parte de la comunidad cristiana ha tirado la toalla, se carecen de herramientas para reencauzar la situación y se acaba dejando todo a manos de Dios.

Por todo ello, se aprecia que diferentes ámbitos trabajan de manera diferente entre ellos, cosa que supone una lacra para el trabajo en red. La mayor parte de los curas se desentienden por tanto de la Pastoral Juvenil y concentran todos sus esfuerzos en la liturgia ya que la primera es insegura y no genera resultados a corto plazo, cosa pone en evidencia su dificultad lo que se traduce en que en nuestras parroquias hay cada vez menos jóvenes y más gente mayor.

Sin embargo, han surgido nuevos movimientos que se han adaptado mejor y que se manifiestan más en eventos esporádicos que en la vida diaria, lo que supone también un problema puesto que muchos se focalizan en movimientos como la Jornada Mundial de la Juventud y dejan de lado proyectos de futuro, cosa que hace hipotecar tiempos largos por tiempos cortos. Ahora bien, pese a todo ello, como cristianos no podemos caer en la desesperación ni en el desconcierto, sino que tenemos que tener esperanza ya que Dios quiere al mundo actual y a los jóvenes de hoy.

Como cristianos, estamos obligados a observar que lo mejor para todos implica lo mejor para mí y los tiempos de crisis que corren son una oportunidad para el retorno a la fe, para acercarnos a Dios, quien nos habla a través de cada joven. Por tanto, aunque observemos que nuestra sociedad se encuentra inmersa en un cambio de paradigma, es fundamental tender puentes de “co-misión” en los que se renuncie a las parcelas ya que sino estamos condenados, por lo que es básico colaborar en red. Por ejemplo, en Vitoria se aúnan iniciativas y se han creado alianzas de unos con otros ya que, primando lo eclesial, los jóvenes encuentran experiencias fundantes, cosa que únicamente pueden hacer los colectivos.

En este último sentido, hay que subrayar que Dios es y desea la comunión de todos, por lo que todos y cada uno de nosotros somos necesarios. El problema surge cuando hay sectores de la Iglesia que excluyen a gente. Trabajar en red necesita mantener la propia identidad al mismo tiempo que se adquiere una mirada amplia y donde se desarrollan los dones que nos conducirán a la revitalización de la Iglesia, principalmente a través de la Eucaristía que, para que tenga lugar, necesita una comunión y que crezcamos en la misión. Por este motivo se necesitan respuestas en el seno de la Iglesia a través de un pluralismo que enriquezca la comunión, lo que se pone de manifiesto en una diversidad en comunión que haga descubrir al otro y a mí como parte de mi vida y, a la vez , el hecho de que ambos somos cuerpo de Cristo, cosa que tenemos que experimentar.

Las comunidades eclesiales, las parroquias tienen que tomar partido por los jóvenes. Sin embargo, ante tal premisa surge la pregunta de cómo hacerlo. En primer lugar hay que superar la fragmentación pastoral y llevar a cabo una pastoral activa y orgánica en la que se superen las aduanas del miedo y el concepto de que “unas comunidades roban jóvenes a las otras”, ya que si esperamos para actuar acabaremos perdiendo a la juventud. Además, el problema que tiene la Iglesia es estar preocupada más por las vocaciones que por los jóvenes y sin éstos jóvenes, no hay movimiento.

Por todo lo que acabamos de ver, se necesita un liderazgo ministerial, proponer líneas de acción y detectar los dones de las personas y alimentarlos para ponerlos en funcionamiento en beneficio del bien común.

Pero, ¿qué supone trabajar en red? Para hacerlo, es capital que la red sea interactiva, que se creen flujos y que la adscripción sea voluntaria. Las personas tienen que mostrar interés por la red que, al mismo tiempo, necesita de reglas de juego que se tienen que construir a partir de sus participantes mediante el consenso y ser revisadas para mejorar. La red necesita crear sentido de pertenencia y en ella no existen los grados.

En el proceso de adhesión a una red, existen diferentes grados:
a)Reconocimiento, aceptación de la red; b)conocer lo del otro (quién es, qué hace...); c)colaborar puntualmente, de manera no vinculante; d)cooperar, viendo y mostrando que el otro no me es indiferente; e)asociarse para crear la red mediante núcleos que darán lugar a la generación de focos en los que se creen microclimas de encuentro para jóvenes, quienes necesitan recursos humanos y materiales.

Finalmente, hay que hacer referencia a la Jornada Mundial de la Juventud. Ésta estimula y contagia la fe en lo que es un momento de pausa, ocasional, en el que se produce un encuentro con Jesús, cosa que supone una experiencia de fe y de comunión eclesial.

En resumen, podemos afirmar que “llegaremos hasta el punto en el que tengamos fijada la mirada”. Necesitamos tener a Dios dentro, lo que comportará tener como misión la comunión que, sin duda alguna, se logrará ampliando nuestra mirada”.



Hablar de propuestas para la Pastoral Juvenil de nuestros días implica hacer referencia a seis puntos básicos:

En primer lugar, es fundamental observar que los jóvenes no son clientela ni mano de obra, sino que necesitamos mantener un diálogo con ellos en clave de igualdad. Es importante hacer cosas para los jóvenes, pero contando con los jóvenes ya que la clave es que sean los verdaderos protagonistas y quienes van allí donde se sienten acogidos.

En segundo lugar, hay que pasar a la otra orilla, a la orilla de los jóvenes no creyentes, y aprender a movernos en escenarios en los que empaticemos con el prójimo y arriesguemos, donde vivamos una fe más viva y dinámica. Si nos arriesgamos, nos enriqueceremos juntos. Pero, ¿cómo podemos ganar jóvenes para Cristo? Es principal que estemos donde están ellos, a su servicio –principalmente de los más desfavorecidos-, en una actitud de diálogo, siendo testimonio y anunciando a Jesús para que Éste entre en la vida del joven. Pero ello exige que modifiquemos dos cosas: nuestro lenguaje –anquilosado-, y los símbolos que usamos –incomprensibles para ellos-.

Por otra parte, es capital personalizar la experiencia de fe, usar el concepto de red en que el joven alimente su propia experiencia, más aún en una sociedad líquida –o gaseosa-, en la que hay que luchar para perder el miedo al error.

En tercer lugar, hay que recrear la comunidad. Una característica de los jóvenes es su multifragmentación. Los cristianos necesitamos una comunidad más autónoma que se ofrezca al mundo como espacio de salvación para mí y para el joven. Éste último tiene que buscar y hay que darle una respuesta. Dentro de la comunidad, tenemos que ser solidarios, lo que podemos llevar a cabo mediante la vida, la celebración y el acompañamiento, siendo un referente para ellos y siendo corresponsables de la construcción del Reino.

Es básico tener una comunidad que sea a la vez sujeto, objeto y meta y en la que se viva un proceso de evangelización del joven. Por tanto, nuestras comunidades tienen que ser significativas, una anticipación del Reino de Dios que tiene algo que decir. Además, estas comunidades no tienen que vivir sólo en el interior de las iglesias, ya que si se da el caso, el grupo muere. Las comunidades, por tanto, tienen que ser intergeneracionales, ya que los jóvenes precisan tener una referencia adulta en la que la vocación pasa por los pobres.

En cuarto lugar, es fundamental contar a Jesús. Uno de los peligros que tienen nuestras comunidades es vivir para Cristo sin relacionarnos con Cristo. Necesitamos dos modelos: uno, el sentido; dos, la relación. Nuestra apuesta es la de pasar del proyecto a la acción personal, teniendo en cuenta que el contenido de la Pastoral Juvenil es Jesús, su centro.

En quinto lugar, hay que alentar la pastoral de la fe. Es necesario que los jóvenes descubran su misión, cuál es su vocación. Los jóvenes no se encuentran alejados de la espiritualidad, pero, por desgracia, la Iglesia no es capaz de situarse en el mundo como lugar de acceso a esta espiritualidad y a Dios. En la mayoría de los casos, para los jóvenes la Iglesia es irrelevante. Por ello, hay que hacer vivir experiencias significativas que ayuden a mejorar la vida, cosa que se logra con un buen acompañamiento personal.

En sexto, y último lugar, es básico amar la trama más que el desenlace. Como vimos al principio, los jóvenes no son propiedad de nadie, por lo que la Iglesia tiene que aproximarse al joven por amor y no por interés, necesita empatizar con el joven para que éste dé frutos, pero “sin que él sepa cómo (Mc 4, 26-29)”.

A modo de conclusión, la Pastoral Juvenil no se puede vivir si no se trabaja en equipo, en Red, y es preciso depositar en el joven confianza para que éste crezca “sin que él sepa cómo”.”

08-04-2010

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