Desde el pasado domingo 28 de marzo, el diario la Razón regala semana tras semana una película del gran actor Paco Martínez Soria. En ellas se refleja la sociedad del momento –años 60-70-, dando unas pautas morales y de reflexión que todavía hoy nos pueden ser valiosas para reconducir el desarraigo moral en el que vivimos sumergidos.
Resumen:
Juan Martínez es un taxista honrado que está orgulloso de su familia. Ahora bien, no sabe lo que realmente tiene en casa y, como dice la criada en un anónimo que pretende enviarle, “se la están pegando”: su hijo mayor, Juan, que le “ayuda” en el turno de noche, debe dinero y, en lugar de hacer las carreras del taxi, va con una “furcia” de cabarete en cabarete, gastándose el dinero y empeñando las joyas de su madre para pagar las juergas que se corre; su hija mayor, Luisa, llamada “la Caoba” en el Pingüino Verde -un bar donde canta-, mientras le dice a su padre que está en un taller de aprendiz de peluquera; su hijo menor, Antoñito, hace de torero mientras que hace creer a su padre que estudia Derecho; su hija menor, Paloma, mantiene una relación de noviazgo con un guardia urbano, en cuando su padre tiene fobia a los guardias por las multas que le ponen. Además, la familia debe dinero a doquier y, por si fuera poco, su mujer tapa todos los defectos de sus hijos creyendo que les hace un favor. En resumen, una pandilla de golfos.
Juan no entiende la situación. Ha estado trabajando horas y horas, cosa que sus hijos no le reconocen y al mismo tiempo que le recriminan falta de atención. Ahora bien, el taxista, escudándose bajo la figura del “PATRIARCA” pone los puntos sobre las íes y marca la pauta a seguir de todos los miembros de su familia aunque, a partir de este momento, unos y otros le dan la espalda.
Un amigo le recomienda que no sea tan estricto porque de ello le resulta la aversión que le han empezado a sus hijos. Tiene que ceder, al menos aparentemente, y darles otra oportunidad a sus vástagos de que se den cuenta de sus errores por ellos mismos, lejos de una superprotección. Todos se reconducen hacia el buen camino mediante un pacto no verbal, pero de confianza.
Poco a poco, se dan cuenta por ellos mismos que los malos hábitos que tenían no les conducían a parte alguna. La “furcia” que iba con el hijo mayor de Juan, lo hacía por interés; el éxito de la hija mayor en el canto era más bien porque tenía un buen tipo y su “manager” se la quería cepillar, por lo que decide volver de aprendiz a la peluquería; su tercer hijo prueba ser torero al mismo tiempo que estudia para abogado. Así le llaman en los ruedos; su pequeña Paloma finalmente se compromete con el guardia que con el tiempo adquiere el rango de inspector, como lo es su padre.
Aspecto moralizador:
Con todo lo contado vemos dos cosas:
La primera es que los errores sólo se ven cuando uno los vive en su propia carne. Los padres pretenden protegernos pero, tal como se indica en la película cuando los hijos tienen una cierta edad, lo único que pueden hacer los padres es rezar por ellos;
La segunda es que con el tiempo uno se percata de que los padres se quedan solos, siendo imposible revertir en ellos todo el bien y el sacrificio que ellos han hecho por nuestro bien durante toda su vida. Por ello, todos nosotros, que somos ineludiblemente hijos, tenemos que devolver en cada minuto de nuestra vida el amor que ellos nos han dado durante toda su vida.
Además, este compromiso afectivo no sólo debe acabarse en la línea sanguínea de la familia, sino que debe continuar por parte de los hijos e hijas políticos, es decir, yernos y nueras, que deben aportar su granito de arena para que sus hijos –que a la vez son nietos de sus suegros-, vivan una relación familiar con sus abuelos, borrando los prejuicios existentes en la sociedad de “buenos” y “malos”.
28-03-2010
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