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lunes, 8 de marzo de 2010

Heladas malvadas

Parecía un día tranquilo, lluvioso, sin más. Las nubes cubrían el cielo. En las calles no se veían manifestantes. Las mujeres no habían conmemorado su día internacionalmente establecido. Como siempre, todos andaban arriba y abajo, sin pensar, o bien pensando en la misma rutina de siempre y en lo rápido que pasan los días en una ciudad como la nuestra.

Al llegar al trabajo, la lluvia había cambiado su color y su forma. Era blanca, era gorda, no era lluvia sino nieve. Y esta nieve venía acompañada de un fuerte viento que se llevaba los paraguas de aquéllos que por aquellos parajes y horas estaban por la calle. Finalmente, habiendo entrado en el trabajo, el frío había cesado. La calefacción hacía olvidarlo todo. Pero fue al subir las persianas y ver aquella nieve cómo continuaba cayendo, como empezaba a cuajar en tierra que pensé en todos aquéllos que, mientras unos disfrutan arrojándose bolas de nieve, están por las calles malviviendo, tristes, solos, desamparados, quizás soñando con aquello que tenían, quizás soñando con aquello que les hubiera gustado tener o que les gustaría tener.

Me vino, pues, a la cabeza, cómo deberían estar hoy de llenos los hogares de acogida para todas aquellas personas y como, sin duda, algunos permanecerían en sus trece de no pedir ayuda y jugarse así lo más importante que tienen: sus vidas. Y es a estos últimos que hay que ayudar también, sobre todo haciéndoles ver lo importante que es que se dejen acoger, que se dejen servir. No son pocas las instituciones que, en nuestra ciudad o en otra, tienen esta labor social de manera desinteresada. Ahora bien, éstas no suelen ser de interés para las televisiones, más preocupadas en recaudar dinero para otros fines basados, básicamente en sus propios intereses, en pagar a gentes que explican sus vidas, que literalmente se prostituyen no ya para echarse un trozo de pan a la boca, sino para saciar sus instintos corrompidos producto del pecado que llena nuestra sociedad.

Nosotros, de manera generalizada, en lugar de colaborar con las primeras, lo hacemos con las segundas y nos convertimos en cómplices tanto de aquéllos que construyen su lujosa vida a costa nuestra como de aquéllos que cada vez lo pasan peor y agrandamos, de este modo, la injusticia que, como una gran bola de nieve crece sin detenerse a costa de los otros.

08-03-2010

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